lunes, 28 de noviembre de 2016

Gracias por todo Fidel

Hoy mi post no es de sonrisas, es de recuerdos agridulces, de dolor compartido, hoy me despido del líder revolucionario y el estadista más importante de la segunda mitad del siglo XX, del amigo, del padre, el abuelo, me despido de mi Comandante Fidel.
Cuando mi papá me llamó el sábado 26 de noviembre en la madrugada para darme la noticia, yo no lo podía creer. Él estaba muy mayor ya y por ley de la vida..., pero jamás pensar que fuera tan pronto.
Enseguida recordé el momento cuando lo vi en persona. Yo empezaba el primer año de mi carrera (Comunicación Social) en la Universidad de La Habana. Imagínense qué impacto, una guajira de monte adentro, de abuelos analfabetos, estudiando gratuitamente en la mejor universidad del país. Esas cosas solo pasan en Cuba. 
Era el 17 de noviembre de 2005, y nos convocan para el Aula Magna. Corrían rumores pero nadie sabía a ciencia cierta qué iba a pasar.

Al rato de estar esperando, la noticia de que Fidel estaba llegando corrió como pólvora. Pronto comienzan a llegar los carros con los oficiales de seguridad del Comandante y allí, entre la multitud de estudiantes estaba él, alto, tanto que sobrepasaba el mar de gente, con su uniforme verde olivo. Y aunque me impresionó su altura, lo que verdaderamente me marcó fue su aura de leyenda viva, de ser uno con la Historia. Y esa aura te llegaba por oleadas y solo con estar allí, junto a él, ya te sentías protagonista de esa Historia, sentías que eras él y que él eras tú, que era yo, que éramos todos. Quizás las palabras no alcancen para describir esa sensación, sin embargo, han pasado los años y todavía está ahí.
Hoy lloro, lloro por su pérdida física, pero en mi alma està la conciencia que no se ha ido, que no lo hará porque vive en nosotros. Hago míos los versos de Carilda: 
Gracias por ser de verdad,
Gracias por todo, Fidel.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Esto no tiene nombre

He sido víctima de un crimen. Sí, queridos lectores, tristemente así ha sido. Pero no se preocupen, el daño no es ni material ni físico, está profundamente enraizado en mi psiquis. Sé que me quieren y sufren por mí, por tanto espero que su sensibilidad no sea dañada por mi triste historia.
Era una bella tarde de octubre y me encontraba en mi oficina, concentrada en la calificación de trabajos escritos de mis estudiantes (algo que, y me disculpan la veta sádica, disfruto enormemente)
Cuando más embebida estaba en las causas y efectos del dominio hegemónico de la Iglesia Católica en la Edad Media (no es un tema aburrido, se los aseguro), me llega una citación perentoria a la que no podía faltar.
Esta pobre cordera caminó directo al matadero. Fue algo horrible y abusivo. Una reunión. Interminable. Aburrida. Sin sentido. Fui víctima de una ola criminal que asola el país: el reunionismo extremo.
Legalmente apelo al Código Penal. Alguna ley debe respaldar a los pobres infelices que sufrimos este crimen. Y lo peor son los victimarios, aquellos que convocan a la reunión y no lo hacen sino para escucharse a sí mismos disertando sin ton ni son. Es gran verdad que hay personas cuya necesidad de protagonismo es patológica. Seguro que en su casa no disponen ni los platos en la mesa.
No niego que una buena reunión sirva para tomar decisiones de peso, solucionar problemas, etc. El problema está cuando no tienes objeto en el intercambio, cuando se extiende por más de dos horas y descubres que realmente la convocatoria no era para ti, sino para alguien más que casualmente ¡no fue a la reunión! Esos también son culpables.
Lectores amados, perdonen que después de tanto tiempo de ausencias mi reencuentro con ustedes sea la catarsis de una víctima inocente.
Necesito terapia, ya tengo un tic nervioso y ante la mención de la odiada palabra me abrazo a mí misma y comienzo a mecerme en el lugar buscando consuelo.