En
Caracas hay una estatua muy llamativa que representa a una mujer
desnuda montada en un tapir (una danta, para los venezolanos),
sosteniendo en sus manos un hueso de pelvis. Varias veces, al pasar
cerca de ella, el chofer que nos llevaba se persignaba. Debo
reconocer que no indagué mucho y la situación no pasó de un simple
hecho curioso.
Sin
embargo, hace unos días, pasé por un lugar en el Estado de Yaracuy
que casualmente tiene la misma estatua. Admito que ahí sí mi
espíritu aventurero se despertó y comencé a investigar. Ya me
habían contado que ese Estado era sumamente religioso y lo comprobé
al ver la cantidad de estatuas de santos del patronal católico de
tamaño descomunal a cada lado de la carretera.
Resulta
que la señora en exótica montura representa a María Lionza, una
suerte de deidad favorable a la maternidad, la fertilidad, la
naturaleza y los elementos. Cuenta la historia que una tribu local
recibió una premonición que una niña de ojos verdes iba a nacer.
Bajo esta profecía, y justo antes de la conquista española, una
niña con esas características nació. Estaba destinada a ser
sacrificada a la gran Anaconda, por el aviso recibido.
Según
me contaron, ambas historias se mezclaron y el culto a María Lionza
se extendió por todo el país. Se le denomina la Reina, la Diosa, y
se le rinde culto los 12 de octubre, coincidiendo con la celebración
del Día de la Raza y, según algunos adeptos, el onomástico de la
Diosa. Se la ha vinculado con héroes de la resistencia indígena
como Guaicaipuro, y de las luchas independentistas como NegroPrimero. Los tres conforman la Santísima Trinidad Venezolana. Tan
fuerte es su culto que hasta Rubén Blades le dedicó una canción.
El
lugar fundamental que se utiliza para pedirle a María Lionza y sus
cortes es la Montaña Sorte (casualmente la montaña de la leyenda),
ubicada en el Monumento Natural Cerro de María Lionza. Fue al pasar
precisamente por ese lugar donde supe de la Reina, y aunque me
considero atea, dialécticamente debo reconocer que esa zona tiene
una energía misteriosa que te atrapa y no puedes evitar sentirte
sobrecogido ante la majestuosidad de la montaña, la imponente
naturaleza y el clima que te pone la piel de gallina por la niebla.