Episodio IX: Cuando la picardía aflora
Los cubanos nos caracterizamos por
ponerle una nota de humor a cualquier circunstancia. Hace unos días
el ascensor de mi edificio de oficinas (ultramoderno, digital y
avanzadísimo tecnológicamente hablando) comenzó a funcionar
completamente apagado. Cumplía con su función de subir y bajar,
pero había que adivinar qué piso marcabas en el panel de control.
Por muy moderno que sea un ascensor, imagínese querido lector la
sensación de opresión que da el estar en una caja de 2.30 metros de
ancho por 3 de altura, llena de personas en la más completa
oscuridad.
Si alguien de ustedes padece de
claustrofobia, les pido que a partir de este momento no
siga leyendo, so pena de morir de terror. Advierto, si se arriesgan
es bajo su propia cuenta y riesgo.
Era el horario de almuerzo, cuando el
cerebro pierde su papel rector y lo asume el estómago, y no eres el único ser humano que piensa con ese órgano, sino todo un ejército de
oficinistas. 12:30 pm. Ascensores colapsados, cada vez que se abrían
las puertas metálicas se veía el espacio colmado hasta los topes.
Como buenos cubanos acostumbrados a aprovechar las primeras
oportunidades (lo que te den, cógelo), sin mirar las condiciones,
nos subimos sin pensar mucho (recuerden, estábamos dominados por la
conciencia gástrica).
Y aquí comienza
la anécdota. Se cerraron las puertas y 30 personas nos quedamos sin
ver siquiera nuestras manos. La tensión se respiraba, no se
escuchaba otra cosa que los latidos de 30 corazones asustados. A esa
hora nadie emitía ni un sonido, pero se notaba el miedo. De pronto
los acordes de una melodía macabra cortaron el aire condensado.
Gritos y sobresaltos se suceden, risas histéricas de algunos que
quisieron verse como valientes.
Pasados unos segundos, muchos se dieron
cuenta que la música era aquella que acompaña la clásica escena de la ducha, en la película Psycho del genial Alfred Hitchcok. Todos
comenzaron a preguntar de quién había sido la idea de tal broma,
mientras que yo, tan tranquila y fresca como una pradera en
primavera, me reía a carcajadas en mi interior. Simplemente no lo
pude resistir.